viernes, 25 de enero de 2013

Crónicas desde la antesala del infierno (Parte 3: 'La Bestia' era su única esperanza)




María, Morena y Wilfredo, a la espera en Tierra Blanca de que llegue 'La Bestia' para continuar con su camino hacia Estados Unidos. 


"No es bonito pasar hambre, ni tampoco que te bajen a la fuerza del tren y te apunten con una pistola en la cabeza para violarte". Este es el relato de Morena, una salvadoreña que forma parte de esa escalofriante estadística que apunta que entre seis y ocho de cada 10 mujeres a su paso por México son obligadas a pagar con sexo una parte del precio del pasaje.

Aquí la tercera y última parte de la crónica en Tierra Blanca, uno de los lugares más violentos para los migrantes procedentes de Centroamérica que buscan alcanzar los Estados Unidos. 

(Pd: Agradecimiento especial para mis compañeros Jesús Lazcano, Víctor Hugo Soto, y Don Nacho Nieto, sin ellos esta crónica no hubiera podido contarse)


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AMPARADA BAJO la sombra raquítica que le ofrece la copa de un árbol, María descansa taciturna y tumbada en el suelo sobre un par de cartones aguados por el relente de la noche, mientras Wilfredo y Morena permanecen en silencio con el gesto apesadumbrado y la mirada fija en el incierto camino que tienen ante sí. 

A su lado, un perro de morro fino lleno de canas, ojos lánguidos pero fieles, y el pelo blanco moteado con grandes manchas negras repartidas por una pequeña anatomía de huesos pegados a la piel, que deja entrever una vida famélica de botes de basura y mucho deambular, imita a sus improvisados compañeros de viaje y descansa sobre el suelo fresco y arcilloso, dejando escapar de vez en cuando largos y sentidos suspiros, al tiempo que espanta con el rabo un par de moscas que no se cansan de incomodarlo.

A la llegada del periodista nadie dice nada.

Ni siquiera el canino refunfuña un ladrido de advertencia ante el extraño que se aproxima por un costado de la vía, ni hace ademán alguno de levantarse sobre sus patas huesudas.

Todos permanecen en un silencio que rezuma incertidumbre. 

"Hemos pasado lo que no se imagina –suelta Morena a modo de saludo-. La noche del 24 de diciembre estuvimos ahí tirados en el suelo de la estación, no traíbamosni dinero, ni comida. Aunque, gracias a Dios, alguien llegó para regalarnos un poco de alimento y hasta calcetines limpios. Y la verdad, hasta contenta se pone una de que le den un pedacito de pan para comer. Porque esto es sufrido, ¿eh? Muy sufrido. No es bonito pasar hambre, ni ir ahí arriba –señala a un kilométrico convoy al que unos mecánicos con los brazos llenos de grasa hasta los codos dan mantenimiento-, ni tampoco que te bajen a la fuerza del tren y te apunten con una pistola en la cabeza".  


“No es bonito pasar hambre, ni tampoco que te bajen a la fuerza del tren y te apunten con una pistola en la cabeza para violarte”
Morena es salvadoreña. De treinta y pocos años de edad, estatura media y algo regordeta. Su piel es del mismo color que su nombre de pila, tiene una forma de hablar que destila verborrea y es padre y madre de tres hijos, a quienes recuerda con remordimiento por haberlos dejado atrás.  

"Cuando vieron que me marchaba sin ellos, solo me dijeron: 'Vamos a rezar y a pedir para que usté pase bien del otro lado, mamita", asegura con la voz resquebrajada y los ojos verdes muy abiertos. "Pero es que si usted viera… –vuelve de nuevo a su tono de voz agudo, chirriante, para explicar, o tal vez justificar, el por qué de su decisión- La vida está muy dura allá. En El Salvador se gana en dólares y en dólares se gasta. Fíjate que en mi país un sueldo mínimo está en cinco o seis dólares diarios. Y si el plato de comida te cuesta dos, más el desayuno, el almuerzo y los pasajes para ir al trabajo… ¿cuánto te está quedando? – hace cálculos con los dedos- ¿Dos dólares diarios? ¿Uno? ¿Y con eso cómo puedes mantener a tres hijos? No se puede –menea la cabeza, contrariada-. Porque antes, cuando estaban pequeños, medio la podía hacer uno con un par de huevitos y unas tortillas. Pero ¿y ahora que necesitan ropa y estudio?".

"Simplemente, el dinero no alcanza –la interrumpe Wilfredo, también natural de El Salvador y padre de tres hijos, aunque fruto de un "hogar anterior" a su relación con Morena-. Yo allá era guardia de seguridad –patea una piedra con desgana y mete las manos en los bolsillos del pantalón-. Ganaba unos cien dólares a la quincena. Pero ahorita en mi país cien dólares no es nada. Me duraban tres, cuatro días. Pero… ¿y los demás días?". 


Hasta 1,1 millones de salvadoreños residen hoy en el territorio de EU, ubicándose en segundo lugar dentro de la comunidad latina en aquel país. El primer lugar lo ocupa México. //Foto: Jesús Lazcano, periodista El Mundo de Córdoba


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CIENTOS DE MILES de personas en toda Centroamérica se preguntan en este momento lo mismo que Wilfredo. Aunque, desde luego, la situación no es nueva. Factores como el aumento de la pobreza, la disparidad de salarios, el desempleo, los diferenciales en expectativas de vida y la brecha educativa, que es cada vez mayor, han estado directamente relacionados con la migración en todo el mundo desde tiempos inmemoriales, aunque de una manera especial en naciones centroamericanas como El Salvador, Guatemala y Honduras, las cuales arrojaron en el año 2008 unos alarmantes índices de pobreza del 47.5%, el 54.8% y el 68.9% respectivamente, de acuerdo con el estudio Panorama Social de América Latina 2010, generado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).  

En el caso específico del país de Morena y Wilfredo, la evidente correlación entre la pobreza y la poca o nula esperanza de salir de ese estado, la inestabilidad social, la inseguridad permanente, la escasez de empleos atractivos, la frustrante falta de oportunidades para jóvenes y emprendedores, los niveles de desigualdad –lo que también fomentó en gran medida el surgimiento de pandillas como la ya mencionada Mara Salvatrucha o su antagónica, Barrio 18-, así como el resurgimiento de confrontaciones políticas fruto del conflicto armado entre el Ejército y grupos insurgentes en la década de los noventa, ha obligado a miles de personas a migrar en masa hacia los Estados Unidos y en menor medida a Canadá.


“Nosotros nos hemos venido sin conocer a nadie del otro lado; hemos llegado hasta México por la pura misericordia de Dios”
Estos factores se han visto agravados en la actualidad debido a la desaceleración de la economía a partir de la crisis que vivió El Salvador en 1996, la caída del precio del café y la baja rentabilidad del campo, los estragos del huracán Mitch en 1998 –el cual también afectó la economía de los países vecinos de la zona-, los dos terremotos del 2001, la actual ola de delincuencia que azota las calles de prácticamente todo el territorio, así como las crecientes historias de éxito de personas que optaron por migrar en décadas anteriores. Lo que a su vez ha provocado que, de acuerdo con el reporte Inmigrantes Salvadoreños en Estados Unidos, elaborado por el Instituto de Políticas de Migración (MPI), hasta 1,1 millones de salvadoreños residan hoy en el territorio de las barras y las estrellas –California y Texas son sus principales destinos-, ubicándose en el segundo lugar dentro de la comunidad latina en aquel país, en la cual México, con 11,4 millones de inmigrantes, constituye el grupo mayoritario.

Sin embargo, a pesar de esas "historias de éxito" de indocumentados que consiguieron franquear la frontera por alguno de los resquicios que ofrece la noche y el desierto, entrar a Estados Unidos se está tornado cada vez más complicado y, sobre todo, peligroso, debido principalmente al férreo control fronterizo aplicado con puño de hierro desde Washington –tan solo en el mes de enero de 2012 fueron deportados 1,251 salvadoreños, según datos de la Dirección General de Migración y Extranjería de El Salvador-, y a la terrible situación de violencia estructural que padece México como consecuencia de la guerra contra el narcotráfico, que suma hasta la fecha algo más de 60 mil muertos.

Datos que, aunado al miedo que manifiestan los indocumentados a ser secuestrados o asesinados en masa a su paso por el país azteca –la noticia de la masacre de 72 indocumentados en San Fernando, Tamaulipas, aún está recorriendo el mundo- han contribuido a que el número de salvadoreños que emprenden la travesía por territorio mexicano para llegar sin documentos a Estados Unidos haya caído de manera dramática, señalan al respecto cónsules de El Salvador asignados a este país, de acuerdo con una información publicada por el diario Los Ángeles Hoy.

"Nosotros nos hemos venido sin conocer a nadie del otro lado, la mera verdad –admite Morena-. Pasamos por Guatemala y hemos llegado hasta aquí por la pura misericordia de Dios, confiando en Cristo y en la Virgencita de Guadalupe", se lleva la mano al pequeño amuleto que lleva colgando por fuera de la camiseta amarilla de tirantes que viste, y añade con la primera sonrisa que ofrece a lo largo de la plática: "Aquí la cargo siempre conmigo, nunca me la quito. Le tengo mucha fe a La Guadalupe".

Por su parte, Wilfredo, que tiene el pelo negro ligeramente rizado, una prominente mandíbula propia de un boxeador súper-welter, pómulos duros y angulosos muy marcados, los ojos negros y profundos, y viste una camiseta color verde olivo con la cara de Jesús grabada en la espalda junto al emblema Yo soy el camino, ven y sígueme, asegura sin reparos que ya sabían que "México está muy peligroso ahorita".

"Lo que sucede –afirma circunspecto mirando de nuevo hacia ninguna parte y con los delgados pero fibrosos brazos cruzados a la altura de la boca del estómago- es que la necesidad en El Salvador es tanta que no nos quedó de otra que subirnos al tren".

En otras palabras: La Bestia era su única esperanza.


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Entrar a EU se está tornando cada vez más complicado y, sobre todo, peligroso, debido al férreo contro fronterizo aplicado desde Washington, y a la terrible situación de violencia que padece México como consecuencia de la 'guerra contra el narcotráfico'. //Foto: Jesús Lazcano. 


"Veníamos del ferrocarril que sale de Arriaga. Fácil íbamos arriba unos doscientos hombres y solo cinco mujeres –cuenta Morena y señala a María, la hondureña de 23 años de edad que permanece muda recostada sobre los cartones y entre varios vasos desechables de papel que contienen restos de comida corrida-. A ella la conocimos la noche de antes de partir, en el albergue. Venía con un muchacho, pero iba todo el rato drogado y maltratándola. Así que decidió dejarlo y, como nos hicimos muy amigas, siguió el viaje con nosotros".

Hasta ahí todo bien, afirma.

Sin embargo, pronto las cosas empezaron a torcerse.

Pasando la llamada garita de la arrocera –muy conocida entre los indocumentados que se avisan unos a otros de los puntos más peligrosos del camino- el tren bajó de golpe la velocidad, señal inequívoca de que algo malo estaba pasando. Desde arriba vieron a lo lejos que había una camioneta con un hombre que traía una pistola.

"Me asusté mucho, porque ya nos habían dicho que los maquinistas se entienden con Los Zetas. Me dio miedo, creo que todos teníamos mucho miedo en ese momento".

Y así sucedió.


 ”Los maleantes se subieron al tren y nos bajaron a los golpes. A los hombres los pateaban y golpeaban con las armas, y a mí me llevaron lejos de las vías para violarme”
Pocos metros más adelante, después de que aquel hombre armado le hiciera unas señales al maquinista con las luces del vehículo, el tren se detuvo a sus pies, en seco. En pocos segundos, más camionetas con gente armada arriba de las bateas empezaron a rodear el ferrocarril. 

"Salieron de todas partes –recuerda con los ojos cansados y el rostro moreno completamente lívido-. Se subieron y nos bajaron a los golpes. Nos empezaron a gritar pura grosería, a los hombres los pateaban y golpeaban con las armas, y a mí me llevaron lejos de las vías para violarme y me pusieron una pistola en la cabeza… No me quedó más remedio –asegura de nuevo con la voz rota- que llorar, suplicar y pedir a ese muchacho que se acordara de su propia madre que también es mujer". 

Detalle éste que, tal vez, la salvó de ser violada y puede que posteriormente vendida a algunos de los tugurios que en la zona fronteriza del Sur compran mujeres centroamericanas para su explotación sexual.

"Gracias a la Virgencita no me hicieron nada. Pero me golpearon –se levanta un poco la camiseta de tirantes y muestra un moretón, resultado, dice, de una fuerte patada- y nos quitaron el poco dinero que teníamos. Tuvimos que seguir el camino pidiendo limosna".


Entre seis y ocho de cada 10 mujeres a su paso por México son obligadas a pagar con sexo una parte del precio del pasaje
A pesar de lo ocurrido, Morena sabe que contó con suerte –aunque insiste que todo se debió a una intersección de carácter divino-. Suerte que no tuvo su propia prima, la cual, según comenta compungida, fue atacada brutalmente por varios tipos. Como también lo fueron otras miles de migrantes -adolescentes y niñas incluidas- que forman parte de esa estadística escalofriante que asegura que entre seis y ocho de cada 10 mujeres a su paso por México son obligadas a pagar con sexo una parte del precio del pasaje.


De hecho, de acuerdo con el informe Víctimas Invisibles: Migrantes en Movimiento en México, elaborado por Amnistía Internacional, "el peligro de violación es de tal magnitud que los traficantes de personas muchas veces obligan a las mujeres a administrarse una inyección anticonceptiva antes del viaje, como precaución contra el embarazo derivado de la violación". Esa inyección contiene Depo-Provera, un compuesto anticonceptivo que impide la ovulación durante un periodo de hasta tres meses con unos niveles de eficacia cercanos al cien por ciento. Motivo por el cual es vendido sin restricciones en las farmacias centroamericanas, donde es tristemente conocida como "la inyección anti-México". 



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El peligro de violación es tan grande que los traficantes de personas obligan a las mujeres a administrarse una inyección anticonceptiva antes del viaje, a la cual se la conoce como 'inyección anti-México'


La siguiente parada de La Bestia es Ciudad Ixtepec, un municipio del Istmo de Tehuantepec en el estado de Oaxaca, de apenas 24 mil habitantes, pero de gran importancia estratégica para los grupos criminales que se disputan el territorio, puesto que se trata de un punto de convergencia entre el Océano Pacífico, el Golfo de México y los flujos migratorios que proceden del Sur.

De ahí partieron sin incidentes hasta llegar a Medias Aguas, ya en el estado de Veracruz, donde tuvieron que dormir en la línea del tren "porque ya no traíamos ni cinco".

"Una señora nos puso a desgranar un saco de maíz y nos dio treinta pesos para cinco personas", Morena hace referencia a ellos tres y a otros dos migrantes, de los cuales uno siguió el camino por su cuenta, y el otro los invitó a ir al Puerto de Veracruz.

"Decía que conocía a unas personas allá, que nos podía dar trabajo, y con la necesidad… Además parecía una persona buena. Yo lo quería como un hermano", cuenta.

Pero pronto se percataron de que la realidad era otra.


"Ese muchacho nos engañó. Y hasta secuestrados nos llevaba sin nosotros saberlo", lamenta Wilfredo con el ceño fruncido. Aunque a la hora de llevarlos, probablemente a una casa de seguridad ubicada en las afueras de la ciudad para entregarlos a sus nuevos captores, cree que el corazón se le ablandó en el último instante: "A la larga se arrepintió porque se llevaba muy bien con mi señora. Desde Tapachula ella se portó muy bien con él, le venía lavando la ropa, después de que nos robaran en la arrocera ella pedía y lo poco que conseguía para la comida lo compartía también con el muchacho. No sé –titubea mirando la vía-. Quizá prefirió dejarnos en el malecón porque, de alguna forma, es un lugar concurrido y menos peligroso". 

"Antes de dejarnos tirados –recuerda Morena, como si aún se resistiera a creerlo-, me abrazó y me dijo: 'Te quiero mucho amiga, como a una hermana'. Pero la verdad… yo estoy convencida de que él iba a entregarnos para que nos secuestraran. Estoy segura".

"De plano –concluye Wilfredo-. Porque para que nos dejara tirados allí… es lógico. ¿O qué más puede pensar uno, pues?", se pregunta. 

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Estación del tren de Tierra Blanca, Veracruz (México). 

UNO DE ESOS VENDEDORES ambulantes que van arriba de un triciclo destartalado vendiendo tortas, tacos de canasta y refrescos de varios sabores, se aproxima lentamente por entre las inmediaciones de un caserío rural con aires de abandono que hay a pocos metros de distancia de donde se encuentran los indocumentados. Viene con la lengua afuera y la cara echa un poema; dando sufridas pedaleadas y con el sudor cayéndole a chorro a pesar de que el changarro que transporta con un esfuerzo de titánicas dimensiones viene equipado con una sombrilla tamaño familiar que lo cobija del sol.

Al fin, épico, corona la meta.


Toca un par de veces una estridente bocina –moc, moc- y muestra la mercancía que lleva en el interior de una canasta de mimbre cubierta únicamente por un mantel de tela, al mismo tiempo que abre la tapadera de una nevera azul repleta de hielo y empieza a recitar de carrerilla la lista de precios y de refrescos disponibles.

- ¿Cómo tomaron en tu casa la decisión de marcharte a Estados Unidos? –se le cuestiona a Wilfredo después de comprar algo de comer e intercambiar un par de comentarios rutinarios acerca de este sol de pesadilla que cae sobre Tierra Blanca con el vendedor que ya va de regreso, jadeante, montado en su triciclo.

- Cuando le dije a mi madre que me iba pal Norte se quedó mal, claro –afirma cabizbajo y a punto de dar la primera mordida a la torta-. Hace no mucho que hablé a mi casa y me dijeron que está muy mal porque no sabe de mí. Y porque mucha gente que también ha salido para allá le ha contado todo lo que pasa uno en el camino.


“A mi sobrina la secuestraron; le pedían que pagara cuatro mil dólares para que la dejaran libre. Si no, decían que le iban a cortar dedo por dedo hasta que pagara”
- ¿Tienes familia en Estados Unidos?

- Sí, una sobrina. Vive en Los Ángeles. Ella fue la que llamó a mi madre y le dijo que no  viniera. Que se pasa muy mal. Demasiado.

- ¿Por qué le dijo eso?

- Porque cuando ella cruzó, hace como cuatro años, sí la secuestraron Los Zetas. A ella y al grupo con el que marchaba. Los llevaron a una casa de seguridad y a mi sobrina le pedían que pagara cuatro mil dólares para que la dejaran libre. Si no… -mira a los ojos de su interlocutor sin pestañear-, si no decían que le iban a cortar dedo por dedo hasta que pagara. La familia lo pasó muy mal, aunque gracias a Dios el tipo que los cuidaba se quedó dormido y se pudieron escapar. Tuvieron suerte.

- Después de lo que os sucedió en Arriaga arriba de La Bestia… ¿aún tienen ganas de seguir adelante?

- Mira, en todas partes vas a encontrar gente mala –toma el turno de respuesta Morena-. Da igual dónde estés. Pero así como encuentras gente mala, también encuentras gente muy buena. En el tren veníamos cinco mujeres y más de doscientos hombres. Y todos esos hombres nos han cuidado. Hemos dormido a la par de ellos, todos así, en línea, y nos hemos ayudado unos a otros. Incluso, venía un muchacho que decía que era de la Mara Salvatrucha. Y nos dijo: 'yo no voy a dejar que nadie os toque'. ¿Pero, por qué? –Cuestiona antes de reafirmar por enésima vez su fe católica-. Porque uno viene confiando en Dios –apunta al cielo-. Mientras haya sentimientos buenos dentro de uno, el Señor a uno nunca lo desampara. Y mientras uno actúe de buena fe con la gente, de buena fe actúa la gente con uno. Eso es así.

- En el tren venían muchos muchachos que sí nos echaron la mano –confirma Wilfredo las palabras de su pareja-. Ella venía grave, con mucha calentura por el frío. Y algunos que decían ser pandilleros, o yo no sé la verdad, se portaron muy bien con nosotros. Esa es la verdad. Incluso, en una media estación que hacía el tren, se bajaron y nos consiguieron comida. Eso nos ayudó mucho. Y siempre nos decían que si había cualquier 'onda' que les gritáramos, que ellos nos defendían. Todos nos ayudamos en el tren. Como hermanos.


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Plac, plac.

De nuevo, el sonido mecánico del obturador abriéndose y cerrándose a una velocidad de un disparo por cien centésimas de segundo, congela la imagen de los tres migrantes en el visor de la pantalla. María, que sigue sin pronunciar palabra, evita el objetivo de la cámara y ladea la vista, tímida, hacia Wilfredo, el cual, en un gesto lacónico mira meditabundo hacia el suelo que pisa, mientras Morena es la única que mantiene la sonrisa y los ojos bien abiertos y fijos en el lente que parpadea con cada shoot.

"¿Esta foto la van a ver mis niños?", pregunta divertida la salvadoreña, apoyada sobre los fierros de uno de los vagones que hay sobre la vía, al tiempo que se acicala la cola que le sujeta el cabello, se restriega con ambas manos los restos de legañas que aún anidan en los lagrimales después de haber dormido muy pocas horas la pasada noche, y trata de estilizar todo lo que puede la figura.

Tras la sesión fotográfica, María –o Mary, como la llaman sus dos compañeros- camina de vuelta cabizbaja hacia la sombra del árbol y la humedad de los cartones junto al perro que da profundos suspiros y que ahora mueve la cola al verla regresar, mientras Morena y Wilfredo continúan con la espalda apoyada en uno de los vagones del convoy y se susurran, abrazados, algo al oído.

"Nunca había tenido un hombre cariñoso como él, que acepte a mis hijos", suelta  repentinamente Morena, abrazada de Wilfredo, como si hubiera adivinado la duda, o sospecha, que desde hace rato lleva rumiando la mente del periodista:
¿Realmente son pareja, o se tratará de uno de esos matrimonios de conveniencia tan frecuentes en las vías del tren, en los que la mujer ofrece favores sexuales a otro migrante a cambio de que éste la proteja durante lo que dure el trayecto hasta la frontera?


“En el camino se sufre terrible, lo que nadie se imagina. No es lo miso que alguien te lo cuente… a que tú lo vivas allá arriba”
"Allá, en El Salvador, los hombres no ven la manera de cómo hacerle el mal a una –lamenta, amarga-. Fíjate que uno me abandonó después de ocho días de nacido mi primer hijo. El otro me dejó de once meses del segundo, pero yo luché con todo y eso. Y ahí tengo a los tres juntos. Pero igual después me quise acompañar y me salió muy mal la persona. Me quería golpear a los niños; yo trabajaba en dos casas a la vez, hacía de todo por darles a mis hijos lo que necesitaran. Pero con todo y eso de que él me los maltrataba, yo me los llevaba y trabajaba con ellos: vendía en las calles, en los semáforos, en las carreteras. Después, aquel hombre embarazó a otra muchacha y ya fue cuando decidí dejarlo".

Así, hasta que conoció a Wilfredo.

"Con él ha sido muy bonito –lo besa en la mejilla-, porque ha sido para mis hijos como el padre que nunca tuvieron. En el poco tiempo que estamos juntos se los ha ganado. Lo quieren mucho".

Lo rodea con los brazos el cuello y lo vuelve a besar, dulce.



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EL RELOJ MARCA algo más de las tres de la tarde y los centroamericanos comienzan a meter en las mochilas apresuradamente los pocos enseres que portan consigo –algo de ropa, un poco de agua en botellas de coca cola, y los vasos con restos de comida-. Hace unos minutos que las angostas piedras que hay desperdigadas por el suelo han comenzado a titilar sutilmente. A lo lejos se alcanza a escuchar un silbido agónico y un rugido grotesco, gutural, acercándose muy lentamente. El tren, esa Bestia que va con dirección hacia Orizaba en su kilométrico viaje hacia el Norte, puede llegar de un momento a otro. Así que, ante la inminencia de lo que está por llegar, la pareja se aferra de nuevo en un abrazo que parece eterno y no deja de besarse a unos prudenciales metros de distancia de donde se encuentra Mary y el perro de ojos lánguidos y anatomía famélica.

Morena llora en el hombro de Wilfredo.

Instantes después, se separan y ambos comienzan a caminar en silencio con un gesto adusto que les emborrona el rostro.

Ha llegado la hora de continuar el viaje, comentan. "Pero esta vez por separado".


“Para llegar a lo bueno, primero tienes que sufrir: y yo estoy dispuesto a pagar aquí ahorita lo que tenga que pagar en el camino para llegar hasta Estados Unidos”
"En el camino se sufre terrible –dirá minutos más tarde Wilfredo tras dejar a Morena en la central de autobuses de Tierra Blanca y emprender el trayecto de vuelta al patio de carga para esperar el tren que lo lleve hasta Querétaro, lugar donde "unos señores" le prometieron un trabajo y un cuarto donde vivir-. Se sufre lo que nadie se imagina. No es lo mismo que alguien te lo cuente, a que lo vivas allá arriba. Es duro dormir en el suelo. Y más aún cuando uno se predispone a traer a la mujer, entonces es mucho más terrible todavía. Porque uno solo, pues en fin, ya ve qué hace: si se tira del tren, corre por el monte, o ya ve qué es lo que hace para salvar la vida. Da igual. Pero cuando vas con tu mujer, es muy diferente. Por eso –mira el suelo y puntea de nueva una piedra que sale disparada y haceclank al chocar con el riel de la vía- lo mejor es que ella se regrese a El Salvador a cuidar de sus hijos, que es lo que la está atormentado a ella. Y no es porque no la quiera; ella sabe que no es eso. Los dos venimos llorando todo el día desde que tomamos la decisión porque cuando uno quiere a alguien, cuando uno adora a alguien, cuesta mucho separarse de esa persona. Es muy duro para mí dejarla ir, pero… -traga saliva- es lo mejor.

- ¿Y ahora qué piensas hacer?, pregunta el periodista al verlo deambular por las vías del tren ya con la única compañía de aquel perro, y de María, que ha decidido continuar el camino, en silencio.

- Tengo fe en que estos señores de Querétaro sí me van a ayudar –contesta de inmediato, intentando, tal vez, convencerse a sí mismo-. Me han prometido que me van a meter a trabajar y que me van a pagar doscientos pesos diarios. Entonces, hago la cuenta y en cinco días voy a ganar mil pesos, que son como cien dólares, ¿y en cuánto tiempo gano eso en El Salvador? Además, allá me han prometido que no voy a pagar casa. Me está costando, pues –hace una pausa-. Pero como dicen: para llegar a lo bueno, primero tienes que sufrir. Yo estoy muy consciente de eso. Y estoy dispuesto a pagar aquí ahorita lo que tenga que pagar en el camino para llegar hasta allá y luego mandarla a traer junto con sus hijos. Sé que es un compromiso que me estoy echando encima –se ajusta la mochila a la espalda, listo para empezar a correr y abordar a La Bestia en cualquier momento-. Pero lo voy a conseguir –esboza una sonrisa-. Cueste lo que cueste. 


**Esta crónica fue publicada originalmente en el portal de noticiasAnimalPolítico.com y en la publicación colombiana de periodismo narrativo'Revista Sole'. La reproducción parcial o completa del texto, así como de las fotografías, queda sujeta al previo consentimiento del autor (para contactarme lo pueden hacer a @ManuVPC)

1 comentario:

El Eskimal dijo...

Lo primero que viene a mi mente es ese calor tan Jijue de Tierra Blanca, el cual pude sentir gracias a un 'Jefe de Redacción' de la sección Regional que tuve en el MUndo, je. Gracias Manu por esa experiencia de intentar hacer todo el trabajo desde la sombra de un árbol, aunque imposible.
Me acabo de leer esta trilogía Manu y siempre llega la tristeza, lo difícil que resulta la búsqueda de una oportunidad de trabajo. Lo que me sorprendió fueron los datos acerca de con cuánto viven en los países centroamericanos. Deberían de centrar una crónica o un reportaje sobre migración desde este punto. Abrazos Manu, muy bueno.