miércoles, 16 de enero de 2013

Crónicas desde 'La Antesala del Infierno' (Parte 2: Salvadores de Migrantes)

Migrantes a su paso por Tierra Blanca, Veracruz. 



No hay palmeras ni espejismos... pero en el infierno de Tierra Blanca también hay un oasis. Una purificadora de agua -qué mejor metáfora- regentada desde hace varios años por un matrimonio hace las veces de refugio para cientos y cientos de indocumentados que, a diario, llegan a este municipio veracruzano aferrados a los hierros de La Bestia para continuar con su particular ruta hacia la frontera con Estados Unidos. Esta es la segunda parte de 'Crónicas desde la Antesala del Infierno'. 


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LAS NOTAS DEL ACORDEÓN que componen la melodía de un nuevo corrido fluyen por el altavoz del teléfono celular de Jorge para diluirse progresivamente con cada pisada al frente. 

"Yo tengo fe en tu memoria –se alcanza a escuchar a lo lejos- y siempre me has protegido/ mis cargamentos me llegan sanos a Estados Unidos/ Por eso tú eres Malverde/ Mi santito preferido". 

En pocos minutos Miguel y Jorge, y los otros dos migrantes que no quisieron hablar –uno de ellos es un tipo de gesto sombrío que permaneció durante toda la entrevista acostado sobre una colcha, con los ojos ocultos bajo la visera de una gorra y con la mano derecha en alto para evitar que se manchara el aparatoso vendaje que la envolvía por completo- se quedan atrás, al amparo de la interminable fila de vagones que hay estacionados en el llamado patio de carga, un hangar al aire libre de varios kilómetros donde los operarios de la compañía Ferrosur dan mantenimiento a los trenes que desfilan cada hora por este punto de paso obligado para todo convoy que se dirija al Norte, y por el que se calcula transitan en un solo día hasta tres mil indocumentados a lomos de La Bestia

Sin duda una cifra demasiado jugosa para los cárteles del crimen organizado, los cuales han lanzado especialmente en los últimos tiempos auténticas oleadas de secuestros y asesinatos en esta zona tristemente considerada como la más peligrosa dentro de la llamada ruta del migrante. Situación que, a su vez, ha obligado a que varios destacamentos del Ejército mexicano se instalen permanentemente en la ciudad, y a que reconocidos activistas como el sacerdote Alejandro Solalinde encabezara multitudinarias marchas como la Caravana Paso a Paso por La Paz, durante la cual unos trescientos centroamericanos se concentraron en la vieja estación de Tierra Blanca para exigir a las autoridades que se pusieran "la mano en la conciencia y el corazón" y tomaran de una vez "cartas en el asunto". 


"Aquí hemos atendido de todo. Desde niños, mujeres, ancianos, hombres que han perdido una pierna, un brazo... De todo" 

Hace un par de minutos que quedó atrás el ecuador imaginario que divide en dos la jornada. A pocos metros de distancia, muy cerca de un cruce a desnivel, se levanta un establecimiento de dos pisos y fachada amplia, pintada recientemente en un color blanco algo diluido. En la entrada, pasando por una larguísima puerta corrediza de hierro, Hilda e Isidro se afanan para descargar de la batea de una camioneta un par de grandes bolsas repletas de piezas de pan que van amontonando poco a poco sobre una mesa blanca de plástico junto a unos costalitos que contienen un par de kilogramos de arroz y frijoles negros.

¿Por qué nació esta idea de ayudar a los migrantes? –Isidro repite en voz alta la pregunta mientras le pide a un joven que les ayude para terminar de bajar las bolsas-. La verdad, es una cosa que no sé muy bien cómo explicarla. Creo que se debe a un sentimiento de compasión que nos nace, tal vez en agradecimiento de lo bien que nos ha ido a nosotros en la vida…". "Y además –añade Hilda cerrando los puntos suspensivos- porque también Dios fue un migrante. Y si Dios lo fue, ¿por qué no vamos a mirar por ellos?".


Sin embargo, no todos profesan la fe de este matrimonio de edad madura, ni el mismo sentimiento de compasión hacia quienes llegan hasta la puerta de este establecimiento suplicando por una botella de agua, algo de comida, un medicamento para rebajar la fiebre, calzado con el que cubrir los pies desnudos, o un poco de alcohol cutáneo para tratar las múltiples heridas que deja el camino.

"Aquí hemos atendido de todo –asegura Hilda con los ojos negros muy abiertos-. Desde niños, mujeres, ancianos, hombres que han perdido una pierna, un brazo… de todo. Muchos nos llegan con los pies destrozados y en sangre viva porque sudan y se les moja el calzado y se les rompe. Otros vienen con el cuerpo picoteado porque duermen en el monte, en el suelo, o en donde pueden. Otros llegan hirviendo en calentura y sin un peso para comprar una pastilla, y otros vomitando después de días enteros sin comer ni beber nada…". 

Quizá por ello, comenta, muchas de esas personas ven en esta modesta purificadora de agua un oasis –dicho de manera literal- en plena travesía por su particular desierto. "La mera verdad, si viera la desesperación que tiene esa gente por el hambre… no lo iba a creer", continúa relatando esta veracruzana que "en épocas fuertes" ha llegado a preparar con lo que aporta de sus posibilidades y los donativos que recibe de algunas cadenas de súper mercados y de particulares, "comidas hasta para seiscientos o setecientos muchachos en un solo día". 


"Me gustaría que la gente supiera cómo vienen esas personas viajando arriba del tren; las humillaciones a las que se ven sometidos. Muchos dicen que 'quién los manda salir de sus países'. Pero ellos no salen por gusto. Lo hacen por necesidad"


"Cualquiera puede pensar –se quita el delantal color rojo vino, lo enrolla entre las manos y se sienta en una silla de plástico- ¡cómo van a comer arroz así solo, sin nada más! Pero, para ellos es algo maravilloso poder comer algo, lo que sea. Si la gente saliera un poco de su mundo y viera esas escenas, estoy segura de que se volverían mucho más sensibles al dolor. Porque cuando no se sabe sufrir, no se aprecia lo que es en verdad. Me gustaría que supieran cómo vienen viajando en ese tren, las humillaciones a las que se ven sometidos. Muchos dicen que 'quién los manda salir de sus países'. Pero ellos no salen por gusto, sino porque que se ven obligados a dejar atrás a sus padres, a sus hijos, a todos sus familiares y amigos que sufren mucho al verlos partir, obligados por la necesidad y el hambre". 

Tras la última respuesta, Hilda empieza a tragar saliva con dificultad y ladea la cabeza en dirección a los raíles del tren.

"Es duro de ver –repite varias veces casi en un susurro-. Porque una cosa es verlo por la tele y otra que tú lo vivas". En una ocasión –recuerda en voz alta- estábamos friendo tortillas porque ya se nos había acabado la comida para repartir. ¿Y me podrás creer que así como salían las tortillas del aceite hirviendo, así se las comían? Yo les decía: 'Oye mijo, que te va a hacer daño. Espérate un poquito a que se enfríen'. Pero ellos me respondían –hace una pausa y saca del bolsillo del pantalón de faena un pañuelo arrugado -: 'No madrecita, es que si usted viera… ya traigo tres días ahí arriba sin comer nada. El hambre es tanta que no sentimos ni lo caliente'".




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TODAS LAS PIEZAS DE PAN están desperdigadas sobre la mesa, listas para ser repartidas. Sin embargo, las grandes ollas de acero inoxidable permanecen apoyadas contra una pared de cemento sin estucar secándose al sol, mientras un par de mesas con publicidad de una compañía refresquera lucen vacías y en un completo silencio.

"Ayer atendimos solo a unos treinta migrantes", comenta Hilda al percatarse que el reportero escudriña el local vacío y escribe algo en la libreta. "Es por la época de frío. Muchos ya van de vuelta para sus países de origen porque más para arriba el clima está muy duro y no lo soportan".

Cuando Hilda habla de "más para arriba",  está haciendo referencia a la zona centro del contrastante Estado de Veracruz. En concreto, a la zona montañosa de Córdoba, Amatlán y Orizaba, lugares por los que el tren pasa cargado de indocumentados y en los que, a diferencia del calor asfixiante de Tierra Blanca, en invierno el termómetro puede llegar a marcar valores por debajo de los cero grados debido a la fuerte humedad y a la proximidad del majestuoso Pico de Orizaba, la montaña más alta de México con algo más de seis mil metros de altura. "Por allí el clima está muy duro. Y claro, imagínate. Con ese frío y con la lluvia cayéndoles fuerte… Muchos se tapan solo con una bolsa de plástico –hace otra pausa enfática-. Eso y la esperanza es todo el abrigo que traen".


"Desafortunadamente en La Bestia viene de todo. Nos ha tocado gente muy buena... y también algunas escorias. Incluso, hay quienes se hacen pasar por ellos. A esos los llamamos 'centroamericanos pirata'"

- Oiga –interrumpe el reportero-. ¿Y nunca han tenido problemas estando tan cerca de las vías? Recientemente el albergue para migrantes que hay en Lechería, en el estado de México, tuvo que cerrar sus instalaciones debido a que los pobladores denunciaron intentos de agresión, robos y violación por parte de los indocumentados hacia los lugareños. Asimismo, en Orizaba la casa del migrante fue cerrada en el 2009 también por las continuas quejas de los pobladores…

"Mira, desafortunadamente, ahí va de todo –interviene en la conversación Isidro mientras una ruidosa locomotora sin vagones pasa a muy pocos metros de distancia de la purificadora y un par de coches esperan pacientes frente a una señal corroída por el paso del tiempo y con forma de equis que les advierte, o más bien amenaza, que tengan Cuidado con el tren-. Nos ha tocado gente muy buena, muy honrada. Pero también hay escorias –admite con el gesto sombrío-. Inclusive, hay gente que se hace pasar por ellos y que luego va pidiendo dinero por las calles. A esos los llamamos 'centroamericanos pirata'. Y sí, entre miles y miles de gentes que por aquí pasan, puede que por ahí haya hasta algún violador, ratero, asesino, pandillero, o no sé qué tanto. Pero nosotros no podemos señalar a nadie, ni hacemos distinción entre buenos y malos –vuelve a recuperar el tono amable-. La ayuda que nosotros brindamos es pareja para todos. No hacemos distinción. Mientras no se manifiesten contra nosotros… todo estará bien. Y hasta ahorita no hemos tenido problema".

-¿Tampoco con los vecinos del municipio?

"Bueno… -encoje los hombros- parece que algunos se molestan con lo que hacemos, pero no nos importa. Nosotros, simplemente, tratamos de ayudar al pueblo".

Hilda se muestra más crítica que su marido y lamenta que la gente todavía vea extraño que alguien ayude al prójimo sin obtener a cambio una retribución económica o algún tipo de beneficio. 

"¡Pero si son seres humanos!", exclama frunciendo el ceño y dibujando en su rostro un gesto incomprensión. "Todos tenemos que ser más sensibles al dolor para que esto algún día cambie –dice con los puños cerrados-. Porque, de veras, ¡se siente tan bonito dar sin esperar nada a cambio! Te echan tantas bendiciones… que se siente maravilloso. ¿El dinero? –Pregunta, retórica- El dinero se va. Te mueres y no te llevas nada. Lo único que te llevas es el sentimiento de que serviste a alguien que lo necesitaba. A mí la verdad no me importa lo que la gente nos diga. Porque sólo Dios sabe por qué hace las cosas y yo, con su bendición, tengo suficiente pago", concluye la veracruzana que, a pesar de que reitera en numerosas ocasiones durante la conversación que "aún hay mucha gente de aquí que mira raro a los indocumentados, como si fueran seres extraños", destaca por otra parte que en Tierra Blanca también hay gente solidaria "con los hermanos de Centroamérica".

"No somos nosotros solitos ¿eh? –Apunta con el dedo índice estirado hacia las bolsas llenas de arroz y frijoles que hay sobre la mesa-. Yo siempre les digo a los migrantes que esto es un equipo. Porque hay gente de aquí que vienen y nos apoyan donando doscientos o trescientos panes para que los repartamos entre ellos. Otros vienen y nos dan huevos, arroz y frijoles, y con eso nos completamos entre todos para que puedan comer algo".


"La verdad, no me importa lo que la gente nos diga. Porque sólo Dios sabe por qué hace las cosas y yo, con su bendición, tengo suficiente pago"

- ¿Pero, qué les parece que Tierra Blanca sea conocida a nivel nacional por ser un foco rojo en cuanto al secuestro y asesinato de indocumentados? Dicen que a esta zona se la conoce como El Triángulo de las Bermudas porque los cárteles del crimen organizado y los pandilleros desaparecen a cientos de personas y…

- Bueno, bueno –Isidro corta en seco la exposición de la pregunta con la palma de la mano en alto, como si no quisiera escuchar más al respecto-. Parece que últimamente ya no está tan mal la situación –comenta cauteloso y se ajusta los lentes-. Antes sí era una cosa horrible.

- ¿A qué se refiere?

- A muchas cosas feas. A cómo los golpeaban, los maltrataban, los correteaban por toda la ciudad…

- ¿Quiénes? ¿La Policía? ¿Migración?  

- No… no –alza de nuevo la mano al aire en un gesto automático, eléctrico-. Los maleantes son los que van contra ellos. Ni la Policía ni Migración se meten ahí.

- Sí, pero en marzo del año 2010 diversos medios de comunicación se hicieron eco de la detención por parte del Ejército de al menos cien elementos de la Policía del municipio, acusados de presuntos nexos con el crimen organizado, así como de tráfico y extorsión de migrantes de origen centroamericano. (Cabe señalar que tras el operativo sorpresa, solo 13 de los 98 policías fueron puestos en arraigo preventivo, de acuerdo con la Procuraduría General de Justicia del Estado).

- Pues… –se ajusta de nuevo los lentes y cruza, visiblemente incómodo, los brazos sobre el abdomen-. Pues sí, en los periódicos puedes leer todo eso. Ya sabes, ¿no?

Isidro pone una sonrisa de partida de póker y da por zanjado el tema.



Imagen del llamado 'patio de carga', en Tierra Blanca, Veracruz. //Foto: Jesús Lazcano


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TRES MIGRANTES de aspecto campesino, de poco más de un metro sesenta de altura,  muy morenos y vestidos con pantalón y camisa holgadas, cinturón apurado hasta el último agujero, tenis deportivos en aparente buen estado, gorra con propaganda electoral y mochilas color negro a la espalda, asoman la cara por entre los barrotes de la puerta corrediza de hierro, como tratando de no interrumpir la plática, y solicitan de buenas maneras unos pesos para la cabina de monedas que hay instalada en la esquina de la purificadora, a escasos metros del sendero por el que transita el tren del que probablemente acaban de bajar.

"Es para el teléfono", dice con un tono de voz prácticamente inaudible el más joven de los tres. Isidro mete la mano en el bolsillo y les da varias monedas. De inmediato, el que aparenta más edad y jerarquía en el pequeño grupo de tres, descuelga el auricular, marca una larga serie de números, y empieza a hablar con alguien al otro lado del hilo.

¿Llegaron en el tren? –La pregunta va dirigida a los otros dos migrantes que permanecen en silencio junto a la cabina telefónica-.

Ninguno contesta.

- Que si vienen ustedes en el tren – vuelve a preguntar un tanto brusco Isidro, elevando la voz-.

- Sí, llevamos tres días viajando –contesta al fin el de mayor edad que acaba de colgar de manera súbita el auricular del teléfono-. Desde Tapachula hasta aquí, tres días.

- ¿Tuvieron algún problema en el tren?

- No, no –menea la cabeza-. Ningún problema.

- ¿Nada? –Insiste el reportero-. ¿Nada de nada?

Pero sus ojos desconfían ante tanta pregunta.

- Nada –niega tajante-. Para qué le voy a decir que hay… si no hay. Está todo tranquilo. Más adelante… solo Dios sabe.

A continuación, los tres dan las gracias con una reverencia casi imperceptible y una sonrisa nerviosa, y ponen fin a la escueta conversación para comenzar a caminar hacia el interior de la ciudad y perderse en cuestión de segundos por los entresijos de Tierra Blanca. 

- Ahí tienes tres centroamericanos pirata –comenta Isidro aún con los brazos cruzados y con una mueca burlona en la boca.

- ¿Por qué lo dice?

- Porque esos son más de Chiapas que todo.

Se carcajea.  


Foto: Jesús Lazcano



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HA TRANSCURRIDO más de hora y media de entrevista y los menesteres diarios del establecimiento empiezan a amontonarse. En la libreta quedaron anotados algunos detalles de la anterior anécdota con los tres centroamericanos supuestamente apócrifos y tras echar un rápido vistazo al reloj la prudencia, y el estómago, aconseja continuar con el camino y buscar algo para comer.


"Sería muy bonito salir un día y ver que ningún indocumentado viene en ese tren... Eso sería algo realmente maravilloso"

- Díganme –Se les pregunta a modo de despedida ya desde el otro lado de la puerta corrediza-: ¿Hasta cuándo piensan apoyar a los indocumentados?

- Hasta donde Dios nos dé vida –asevera Hilda mirando al cielo-. A veces se puede y a veces no, pero… hasta donde Dios nos dé vida acá vamos a seguir.

Por su parte, Isidro se muestra más terrenal que su esposa y, aunque no pierde la esperanza ni la fe que comparte con ella, es consciente de que la realidad en las vías no invita precisamente al optimismo.

-Seguiremos hasta que la fuerza nos acompañe. Pero no sabemos hasta cuándo será eso porque esta es la historia de nunca acabar –afirma tras pensar durante unos instantes la respuesta-. Sería muy bonito y maravilloso salir un día y ver que ningún indocumentado viene en ese tren, porque implicaría que en sus países hay mucho progreso y que estas personas tienen un buen trabajo para vivir sin necesidad de salir al extranjero a jugarse la vida por un pedazo de pan. Eso sería maravilloso, ¿no cree? –Se le ilumina la mirada-. Realmente maravilloso.  


**Esta crónica fue publicada originalmente en el portal de noticias AnimalPolítico.com y en la publicación colombiana de periodismo narrativo 'Revista Sole'. La reproducción parcial o completa del texto, así como de las fotografías, queda sujeta al previo consentimiento del autor (si gustan contactarme lo pueden hacer a @ManuVPC)

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