miércoles, 21 de marzo de 2012

Terremoto en ciudad de México: 'Pensé que el edificio se me caía encima'


Pánico. Cientos de personas salieron a la calle en la ciudad de México tras un sismo de 7.9 grados en la escala de Richter. 


"Fue un momento de pánico, de terror; quería salir corriendo con toda mi alma de ese lugar, ponerme a resguardo muy lejos de aquel edificio" 

"CUANDO EMPECÉ a notar que aquel no era un temblor más de los muchos que suele haber en la ciudad de México, dejé la computadora en el suelo y le grité a mi novia que salía de la cocina con un vaso de agua en la mano que saliéramos del departamento. Fue un momento de pánico, de terror; quería salir corriendo con toda mi alma de ese lugar, ponerme a resguardo muy lejos de allí. Sin embargo, ella mantuvo la sangre fría. Me agarró de la camiseta cuando ya enfilaba las escaleras, me pidió que me calmara y nos quedamos justo debajo del umbral de la puerta, abrazados muy fuerte el uno al otro, rezando", recuerda hablando todavía muy rápido por el efecto de la adrenalina Manuel, laborista de 30 años de edad. "Sí, fue terrible –corrobora agarrada de la mano de su pareja, Lyzbeth Nieto-. Primero lo sentí poco a poco pero luego se puso muy intenso. No sabíamos qué hacer. Yo estaba en pijama y solo lo veía a él moverse gritando que nos fuéramos, que saliéramos de ahí mientras el terremoto subía cada vez más de intensidad. En ese momento se me pasó por la cabeza que el edificio se iba a derrumbar. Los cuadros se movían, los libros se caían de las estanterías, las puertas de los armarios se abrían y cerraban, una lámpara de esas de pie se cayó al suelo… Hasta que reaccioné y lo agarré de la camiseta y le dije ¡espérate! Nos refugiamos debajo del marco de la puerta; nos quedamos ahí rezando… pero no paraba, no paraba". "Fíjate –vuelve a intervenir Manuel- que yo hasta presionaba con todas mis fuerzas el marco de la puerta con mis brazos… ¡como si así pudiera detener el terremoto! Fue angustioso –entorna los ojos-. Probablemente, el minuto más eterno de mi vida".

****

A las 12.02 del mediodía el tiempo se detuvo en la capital azteca mientras el suelo no dejaba de temblar. El viejo fantasma del sismo que devastó a la ciudad de México en el año 1985 recorrió ayer de nuevo como un escalofrío la mente de miles, millones, de defeños que volvieron a revivir bajo sus pies la sensación de angustia e impotencia que un embiste de 7.9 grados en la escala de Richter provoca en la psique de cualquier persona. "Fue terrible. Pensé que el edificio se me venía encima", fue una de las expresiones más repetidas minutos después del movimiento telúrico, que de acuerdo con el Servicio Sismológico Nacional tuvo hasta las 20.30 horas de la noche 18 réplicas de entre 5.3 y 4.1 grados, en la siempre concurrida calle Varsovia de la colonia Juárez, ubicada a tan solo unos pasos de una delegación de la Secretaría de Seguridad Pública Federal y del Ángel de la Independencia, monumento fetiche del DF que ya en 1957 sufrió las consecuencias de otro grave terremoto que llegó incluso a bajarlo abruptamente del pedestal desde donde corona con laureles esta megalópolis de casi nueve millones de habitantes. 
"Fue angustioso. El minuto más eterno de mi vida" 
"Yo estaba en la azotea –cuenta al respecto todavía con restos de pintura blanca en antebrazos y manos, Fabián López, natural de la vecina Ciudad Nezahualcóyotl y empleado de mantenimiento de uno de los complejos residenciales que se levantan en la calle Varsovia-. Cuando comencé a sentirme mareado y me puse de rodillas para ver si se me pasaba". Sin embargo, pronto se percató de que aquellos movimientos bruscos "en cruz" no eran consecuencia de una súbita bajada de presión sanguínea. Era el edificio el que bailoteaba sin control. "No viví el terremoto del año 85, pero sin duda este es de los más fuertes que me ha tocado. Porque, la verdad, sí hubo un momento ahí arriba, en la azotea, que pensé que hasta aquí había llegado -admite aún con la sonrisilla nerviosa en los labios-. Ya solo quedaba ver para qué lado se derrumbaría el edificio. Así que me dije: ni modo, ya lo que venga… es bueno".

En términos muy similares se expresa Jesús Arciniega, portero del complejo residencial con número 22 bis de la misma calle. "Sí, llegué a pensar que se iba a caer, sinceramente", afirma con el gesto adusto mientras llama por teléfono a los técnicos que dan mantenimiento a los elevadores que estarán, "por lo menos cinco días fuera de servicio", con lo que ello implica para una estructura de 13 departamentos más el penhouse donde habitan estudiantes, laboristas y también numerosas personas mayores, incluso ancianas. "En todos mis años en el Distrito, nunca había vivido uno así de fuerte; se sintió feo, muy feo", añade muy serio para volver a sus quehaceres apuntando en una libreta los daños por cuarteaduras y algunos cristales resquebrajados sin que, al parecer, haya daños estructurales que reportar.
"No viví el terremoto del año 85, pero sin duda este es de los más fuertes que me ha tocado. Porque, la verdad, sí hubo un momento ahí arriba, en la azotea, que pensé:  hasta aquí he llegado"  
****
EN LA CALLE, las escenas de pánico y los ataques de nervios de varias decenas de empleados que abandonaban las oficinas de embajadas, empresas, organismos públicos, y los numerosos restaurantes que se extienden por la Zona Rosa, fueron, poco a poco, dando paso a una calma relativa, tensa. En el cielo, un par de helicópteros sobrevolaban el espacio aéreo vetado temporalmente para los aviones comerciales en busca de daños –que, según primeros reportes, fueron mínimos-, mientras a pie de asfalto numerosos vecinos –algunos incluso en pijama, otros descalzos o en pantuflas de andar por casa- no dejaban de mirar hacia las alturas tratando de focalizar posibles brechas en los inmuebles, al tiempo que varios agentes de seguridad privada pedían calma a los parroquianos y acordonaban, en coordinación con varios elementos de la Policía Federal y  de Protección Civil, la calle para que ningún vehículo transitara por ella ante una eventual emergencia de mayor calado.

En pijama. Vecinos como Julio Díaz salieron a la calle con lo puesto. 


"Yo estaba en el balcón del séptimo piso, hablando por celular. Me iba a meter a bañar cuando empecé a sentir que todo se movía". Julio Díaz es natural de Aguascalientes y cuenta con una sonrisa de incredulidad que apenas lleva viviendo tres meses en la ciudad de México. Él fue uno de los que no esperó a que el temporal amainara. "Salí corriendo, sin llaves, descalzo y solo con el pantalón del pijama. Cuando llegué a la calle vi que todo el mundo estaba en traje y corbata… y yo estaba prácticamente encuerado -afirma ya algo más sonriente y relajado con las manos en la nuca y apoyado sobre el tronco de un árbol-. Pero no tuve tiempo de pensar en vestirme, así que salí con lo puesto".
"Lo más crítico fue cuando vi que el acabado de las paredes empezaba a caerse a pedazos; ahí entré en pánico. Pensé que en cualquier momento todo el edificio se venía abajo
Mario Reyes vive en el mismo edificio, en las alturas del departamento número once. Aún con restos de histeria en su mirada, trata de respirar profundo para hablar frente a la grabadora y recordar lo sucedido minutos antes. "Lo sentí horrible –repite varias veces antes de arrancarse-. En este edificio siempre se siente mucho el movimiento porque cuenta con un sistema hidráulico de pilotes. Por ejemplo –explica-, a veces pasa un camión pesado y de inmediato se siente un movimiento ligero. Y en esta ocasión todo empezó igual. Estaba sentado en la computadora y comencé a sentir que el suelo se movía. Pero cuando escuché el ruido de los cristales tronar me dije: no, esto es terremoto".
De inmediato, la adrenalina empezó a fluir por el organismo. Cruzó a toda velocidad la sala y el comedor, y se dispuso a abandonar el inmueble en el mismo instante en que el sutil titileo de los cimientos daba paso a un brusco bamboleo que amenazaba con un desastre. "Ahí tuve que controlar a mi hija que ya se estaba poniendo histérica y mi otro chamaco estaba metido en la recámara y no quería salir; estaba bloqueado. Lo más crítico fue cuando vi que el acabado de las paredes empezaba a caerse a pedazos; ahí entré en pánico. Contaba los segundos que estaba durando y se me hacían eternos. Pensaba que en cualquier momento todo el edificio se venía abajo. Se me vino todo lo peor a la cabeza. Fue horrible –vuelve a repetir-". De acuerdo con los primeros reportes, el sismo duró apenas algo más de treinta segundos. Sin embargo, debido precisamente a ese sistema hidráulico 'de araña', la sensación de movimiento se prolongó más allá del minuto. Una vez pasada la angustia por el temor de derrumbe, Mario Reyes agarró a sus dos hijos y se dispuso a evacuar. "Luego, volví a entrar en pánico cuando, al bajar por las escaleras, escuché que por el hueco de los elevadores estaba cayendo cascotes de material. Era un ruido horrible –el rostro se le torna lívido de nuevo al revivir la escena-. Entonces, agarré fuerte a mis dos chamacos y bajamos a todo lo que da –chasquea los dedos-. Cuando llegamos abajo… pudimos al fin respirar".
"Tras el terremoto del 85 yo me quedé muy mal. Y cuando sentí lo de hoy... se me vino todo de nuevo a la mente. Es algo que te sale ya inconsciente, que lo traes siempre contigo"
A la señora Celina Manzano el segundo sismo más potente que hasta el momento ha padecido la ciudad de México desde aquel catastrófico suceso de 1985 –que, según cifras oficiales costó la vida a 10 mil personas, aunque en la calle cualquier capitalino eleva esa cifra más allá de los 20 mil- la agarró en plena consulta médica en la zona de Insurgentes y Barranca del Muerto. "Fue tremendo. Yo le preguntaba al doctor dónde había un lugar de seguridad para resguardarnos y solo pudimos meternos debajo del escritorio. Allí esperamos a que todo pasara". Tras la primera respuesta, a doña Celina la piel se le eriza. Recuerda lo que vivió hace 27 años en su departamento de Copilco, en la zona universitaria del DF, y los ojos se le tornan cristalinos. "La verdad, yo quedé muy mal desde entonces. No me pasó nada, afortunadamente, pero ya no queda uno bien –se le traban las palabras y los recuerdos se le amontonan en la garganta-. Entonces, cuando sentí lo de hoy… se me vino todo de nuevo a la mente. Es algo que te sale ya inconsciente, que ya lo traes para siempre contigo. Mira –me muestra las manos adornadas con algunos anillos-, todavía estoy temblorosa", afirma y a continuación inclina la cabeza ligeramente hacia atrás frente a las cientos de toneladas de ladrillos y cemento que se levanta, como un coloso, frente a ella. "Yo tengo un departamento aquí, en la calle Varsovia, pero lo tengo desocupado por lo mismo: porque me da mucho miedo que haya un sismo y el edificio está muy alto. ¡Y mira que me encanta la zona! Porque te queda muy cerca el Ángel, el bosque de Chapultepec, el paseo de la Reforma, el centro histórico… esto es más que el ombligo de la ciudad. Pero desde aquel sismo tan fuerte –hace una pausa, traga saliva y mira de nuevo hacia lo alto del angosto edificio-, siento que no puedo… no puedo".

Información. Minutos después de que tuviera lugar el sismo más potente desde 1985 en la capital mexicana, numerosas personas se arremolinaron en torno a los televisores de restaurantes y bares para obtener más información acerca de lo sucedido. 


Juan Prada, chilango de toda la vida, tiene 63 años de edad y lleva 7 años viviendo de las revistas, periódicos y cigarrillos sueltos que vende a cuentagotas en un pequeño quiosco de la multitudinaria calle Hamburgo donde numerosos restaurantes de comida corrida y modestos negocios de copias se aglutinan en torno a la cámara de comercio china y a al edificio donde la embajada de Estados Unidos tramita los visados para acceder a sus fronteras. "Yo ya he vivido tres terremotos muy fuertes en la ciudad de México –se lleva la mano a la cabeza y se acomoda la visera de la gorra azul marino-: el del año 57, cuando se cayó el Ángel de la Independencia; el del 85, que fue el peor que ha habido y que dejó la ciudad devastada, especialmente esta zona del centro; y este que acaba de pasar, que también ha sido muy fuerte, aunque afortunadamente parece que no ha dejado muertes", cuenta sin descuidar ni un segundo su negocio.

¿Qué estaba haciendo cuando tuvo lugar el sismo?, le pregunto.

 "Estaba parado ahí en la pared de la tienda –contesta de inmediato, con la seguridad de recordar perfectamente algo que acaba de suceder hace apenas diez minutos-, cuando de repente empecé a sentir un movimiento muy fuerte. Entonces, observé los cables de electricidad y vi que se meneaban; y todas esas revistas –señala a un tendedero donde tiene cientos de ejemplares sujetos con pinzas- se movían de un lado a otro como si alguien las meciera. Y así hasta que ya se sintió el trancazo fuerte; fue entonces cuando en el edificio de enfrente –hace referencia al agregado de la embajada de Estados Unidos- se escuchó un ruido muy fuerte y pensé que el edificio se venía abajo. Porque aquí adelante sí se cayó el aplanado de la pared, se hizo una polvareda tremenda. Fíjese que se acababan de levantar cinco muchachos que estaban sentados ahí mismo, comiendo; vinieron a comprarme unos cigarrillos sueltos cuando se derrumbó parte de la pared y empezó a sentirse el temblor que venía muy fuerte. Menos mal que vinieron a por un cigarrillo… -sonríe ampliamente-, si no, no sé qué les hubiera pasado".
"Vi en la calle a mucha gente muy preocupada; gente llorando sin saber qué hacer o a dónde ir" 
¿Y cómo se vivió aquí, sobre el suelo firme de la calle?, vuelvo a incidir en el asunto.

La mera verdad, sí vi gente muy preocupada, gente llorando sin saber a dónde meterse o qué hacer. De ese edificio –señala una Asesoría financiera que tiene varios de sus grandes y ostentosos ventanales rajados- bajaron varias muchachas con crisis de nervios, llorando muy asustadas. Porque, ahora sí, estuvo fuerte el terremoto. Todo lo que sea pasar de siete grados… sí es peligroso.

****
LENTAMENTE, la tarde empieza a languidecer sobre la saturada atmósfera de la ciudad de México. A pesar de que en cualquier conversación de cafetería en la colonia Condesa el tema sigue siendo el tremendo susto del fantasma del 85 y de que las líneas telefónicas siguen colapsadas varias horas después, las venas y arterias de la capital van recuperando paulatinamente el pulso: la gente sigue caminando de un lado para otro por Reforma, inmersa en su estrés y sin levantar la vista del suelo; miles de coches se aglutinan en un cuello de botella en las rotondas del Ángel, La Diana, y La Palmera; los obreros han vuelto a las molestas construcciones en la zona donde se ubica la Bolsa de Valores; el interrumpido servicio del Metro vuelve poco a poco a "normalizarse" en las estaciones de Insurgentes y Sevilla; las cantinas de Garibaldi hacen su agosto despachando tequila "para el susto"; y los vendedores montados en triciclos continúan a lo suyo, como si nada hubiera pasado, vendiendo por los entresijos de la Alameda Central, junto a Bellas Artes y el rascacielos de la Torre Latinoamericana, "ricos tamales oaxaqueños", mientras el sol sigue su inevitable camino hacia el ocaso cayendo lentamente por entre las terrazas del Castillo de Chapultepec, donde una bandera mexicana continúa izada al viento.
"No dormiremos en casa esta noche. Mis chamacos no quieren volver a entrar en el departamento. Aún están en shock"
"Esta noche no creo que duerma aquí –asegura Mario Reyes, el vecino que habitaba en un número once-. No, no vamos a pasar la noche en el departamento y puede que tampoco lo que resta de la semana. De hecho, mis chamacos no quieren volver a entrar en el departamento. Están todavía muy en shock". Por su parte, Julio Díaz, ya vestido después de subir a toda velocidad para agarrar algo de ropa y calzado, se lo piensa seriamente: "¿Qué si dormiré aquí? Pues quién sabe. Todavía no me atrevo ni a subir al departamento. ¡Y ya llevo más de dos horas en el lobby!". Mientras que para Juan Prada, el susto fue evidente, aunque no para tanto. "Es normal que cunda el pánico –justifica mientras empieza a desmontar el changarro-, porque en la ciudad de México mucha gente trabaja y vive en edificios muy altos. Entonces, es lógico que se paniqueen y que bajen con crisis nerviosas. Pero yo creo que sí dormiré muy tranquilo esta noche, ya me han tocado varios temblores más fuertes y los hemos pasado -sonríe de nuevo, se ajusta la gorra, y despacha otro Marlboro suelto-. Porque además, lo único que podemos hacer es confiar en Dios y rezar para que no vuelva a pasar tan fuerte".



4 comentarios:

Jacinto Sucinto dijo...

Recuerdo el primer terremoto que me tocó vivir. Eran las 14:40 del 2 de febrero de 1999, un temblor de magnitud 5 y pico con epicentro en Mula (Murcia). Yo estaba a medio comer, (salía del instituto a las 14:20), y vi abrirse de repente todos los armarios de mi cocina al tiempo que los cristales de la ventana crujían como si un avión hubiera roto la barrera del sonido justo frente a mi edificio. En el piso de arriba, el televisor casi aplasta a un primo mío que entonces tenía sólo 4 años. Afortunadamente sólo fue un susto, pero lo recordaré mientras viva.

Manu Ureste dijo...

Yo recuerdo otro, también con epicentro en Mula. Creo que fue un par de años antes y tuvo lugar durante la madrugada. Aquel fue el primer terremoto que sentí en mi vida... y mi hermana, mi prima y yo acabamos durmiendo en la habitación de mis padres jajaja. No obstante, el que viví el pasado martes... fue muy muy fuerte. La verdad, no exagero cuando digo que sí pensé en lo peor durante varios segundos (máxime teniendo en cuenta los antecedentes de Ciudad de México). Afortunadamente, todo quedó en un gran susto (hoy hubo otra réplica que nos los puso en el galillo). Te mando un gran abrazo, Jacinto. Veo que eres paisano mío, ¿de qué parte? Yo de Las Torres de Cotillas City :-) Lo dicho, un abrazo y muchas gracias por tu aportación al blog. Nos seguimos leyendo en tuiter.

Anónimo dijo...

Amigo, me gusta tu artículo. Siempre creo lo que dices :-). Sobre todo porque ofreces voz a las personas. Me gustó que fundamentaras con varias experiencias. Sobre todo al señor del quiosco :-).Quizá me gusta irme a los extremos, yo hubiera entrevistado también al señor que pide dinero en una esquina y al que estaba hospedado en un hotel mega nice de los que hay por ahí. Pues hubiera enriquecido las percepciones. El sismo del martes pasado fue terrible.Uno como "extranjero" siempre piensa en su familia en la distancia...
Y sí Manu, el 85 permanece en el imaginario. Es obvio que persista el miedo, la angustia, la desolación... pero también algo muy importante es la civilidad que se percibe en la sociedad. A mi me tranquilizó ver la "cultura" para asumir este tipo de problemas. En el que, afortunadamente, se ha insistido por varios grupos desde tiempo atrás...Saluditos!! Idalia

El Eskimal dijo...

Manu, ya somos dos que pensamos lo peor en pleno movimiento de la tierra. En mi ciudad, Pereira, Colombia, en enero, creo, de 1999, pasó un terremoto con semejante nivel al que vivimos acá en el D.F. La diferencia es que allá sí se cayeron unos edificios y hasta el gobierno creó un programa de restauración urbana para varios estados, o departamentos. Así que mi susto fue similar, pues yo lo viví, lo escuché y observe como quedó mi ciudad al otro día. No fue como el de 1985 en Ciudad de México, claro, pero hubo varios problemas.