jueves, 15 de marzo de 2012

Esperando a 'La Bestia' con Jon Sistiaga (3º parte: Periodismo en territorio enemigo. El miedo como mejor chaleco antibalas)


 Jon Sistiaga fotografiado en el puente de Metlac, Córdoba, estado de Veracruz, México
"Nos hemos criado en una en una tradición muy hollywoodense donde el reportero de guerra es un tipo rudo, que se divierte en medio del conflicto y que siempre se lleva a la mejor chica. Pero eso es mentira"

MATAR AL PERIODISTA… Las últimas palabras de Jon Sistiaga se quedan suspendidas en el aire mientras una bolsa de plástico se mece, lánguida, frívola, ante sus ojos; hasta que una suave brisa cargada de olor a tierra mojada se la lleva dejando tras de sí una fría estela de silencio. Los minutos siguen pasando por el contador de la grabadora –va  por algo más de dieciséis- y La Bestia continúa perdida en algún punto de esos ocho mil kilómetros que recorre desde el Sur hasta llegar a la frontera con Estados Unidos. "Quizá hoy no pase", es fácil tirar la toalla echándole un vistazo a ese enorme disco anaranjado que se sumerge por entre las montañas. Y a juzgar por el semblante de Jon, él también parece hacerse a la idea.

"¿Qué es más complicado –regresa el hilo de la conversación-. ¿Cubrir una guerra abiertamente declarada o estar en un país donde no existe un conflicto como tal, pero donde puedes ser un objetivo fácil en cualquier momento?". La respuesta de Jon es un suspiro. Mira hacia el suelo y patea una piedra. "A ver –exhala-, yo creo que el periodista es periodista siempre, y su olfato siempre está activado. Da igual que esté en una guerra en Bagdad, donde hay frentes establecidos; que esté en un país donde hay una violencia estructural y no sepa de dónde viene el peligro; o que se encuentre haciendo un reportaje sobre porno en Los Ángeles, Barcelona o Budapest. Da igual. Siempre va a tener que ver las fuentes, identificar los hechos, analizar los datos, estructurarlos en la cabeza, y luego contar la historia". "No obstante –titubea por momentos-, la verdad es que no sabría decirte qué y qué prefiero. No sé si sea mejor ir a una guerra y llevar un chaleco antibalas en todo momento porque te puede caer un mortero de cualquier lado, o ir a un lugar como Mogadiscio donde la violencia es estructural, endémica (o pandémica, diría yo), donde no sabes si el disparo te puede venir de tu propia escolta, de los islamistas, de los mafiosos, de los piratas, de las milicias armadas, o de los clanes o sub-clanes. No te sabría decir, la verdad. Pero el hecho es que el periodista tiene que reconocer su miedo. Yo afirmo que todo periodista tiene miedo, y el que dice que no… miente".
"No me gusta el término 'reportero de guerra', ni me considero como tal. Yo me considero un periodista"
De acuerdo, asiento. El miedo. Anoto la respuesta como puedo teniendo en cuenta que estoy de pie sobre un durmiente y con el bolígrafo, la libreta, la grabadora y el teléfono ocupándome las manos, y a colación me viene a la mente la imagen nítida de Jon Sistiaga informando desde Bagdad mientras de fondo se oyen caer las primeras bombas de la  operación Iraqui Freedom. "Entonces, ¿esa es la clave para ti como reportero de guerra? –Trato de profundizar-. ¿El miedo?".
La respuesta vuelve a ser un suspiro, pero esta vez algo más pronunciado. "A ver –usa la misma coletilla, resignado-. No me gusta el término reportero de guerra ni me considero como tal. Yo me considero un periodista. Un reportero que hoy está aquí en México haciendo una historia sobre migrantes, que mañana se va a Mogadiscio, y que pasado se va a un volcán en Indonesia. Dicho esto, yo creo que todo periodista debe asumir cuáles son sus limitaciones y sus límites. Y los límites de todo periodista son sus miedos. Lo que pasa es que nos hemos criado en una tradición muy bonita, muy peliculera, muy hollywoodense si quieres, donde el reportero de guerra era un tipo rudo, insensible, que se divertía en medio del conflicto, que siempre se llevaba a la mejor chica, y que además escribía estupendamente. Pero eso es mentira. No es así. Y yo no tengo ningún problema en reconocer que yo tengo miedo. Que mi mejor compañero de viaje en un conflicto, en una guerra, es siempre el miedo. Porque es el que te dice: 'No sigas por aquí, no avances, deja de mirar a los ojos a ese tipo que está muy pasado, o no dobles esa esquina porque están apuntando'. Y lo tengo claro: si estoy hoy aquí haciendo esta entrevista para tu blog, es porque el miedo me ha salvado la vida en muchas ocasiones. Si no… no estaría aquí. Estaría muerto. ¿Y de qué sirve un periodista muerto?..." -deja la pregunta en el aire y a continuación cierra los puntos suspensivos para establecer, categórico, que en realidad no hay ninguna información, ninguna noticia, por la que merezca la pena perder la vida de manera alocada-. "Los primeros que caen son siempre los que piensan que no tienen miedo a nada".
"O hay una nueva filtración de Wikileaks que nos permita saber por informes de inteligencia qué es lo que se pretendía y por qué se hizo –y si se les fue la mano-, o nunca sabremos por qué asesinaron a Couso" 
"Pero, ¿a qué le teme Jon Sistiaga? –me pregunto recordando uno de los momentos más tensos del reportaje Narco-México, cuando cinco sicarios balean el convoy del Ejército en el que el periodista acompaña a los soldados durante una patrulla por la noche de Tijuana. "¿En algún momento, pongamos para el caso aquella balacera, has llegado a pensar… de esta no salgo?" –cuestiono ahora sí en voz alta-.
Antes de contestar, Jon se toma su tiempo. "Sí… Sí que lo he pensado –afirma con un tono de voz bajo, confidente-. Claro, hay muchas veces que dices ya no. Esta misma mañana, por ejemplo, cuando íbamos en el tren nos dijeron que había más migrantes cinco vagones más allá de donde nos encontrábamos, y cuando me subí al techo con el tren muy acelerado y pasando por una zona de arboleda donde ha empezado a moverse muchísimo, el cámara y yo nos hemos mirado y nos hemos preguntado: ¿merece la pena? La probabilidad de caer y de que el tren me seccione una pierna o me mate es muy alta en estas condiciones. Así que, ¿merece la pena jugársela por una entrevista? Nos miramos y decidimos que no. Llámalo sentido común –se interrumpe para tragar saliva-, o llámalo miedo, acojono, o como quieras. Pero el caso es que aquí estoy y a los migrantes los he entrevistado cuando el tren ha frenado más adelante".
"¿Volver a Irak? No tengo un resorte de adrenalina que me explote de vez en cuando y necesite irme corriendo a una guerra. Creo que  hay algún compañero que sí tiene esa necesidad"
Volvamos a la guerra, insisto en el asunto. "Digamos que tras la salida de tropas norteamericanas de Irak, el Ejecutivo de Nuri Al Maliki no es capaz de mantener la ya de por sí frágil estabilidad del país y el gobierno se desmorona con la posible guerra civil que ello implicaría. ¿Irías de nuevo a cubrir el conflicto?", cuestiono observando cómo los números digitales de la grabadora avanzan, uno, dos, tres, cuatro y cinco segundos, hasta que Jon se mete de nuevo las manos en los bolsillos de los vaqueros azules y se encoge de hombros. "Sí y no", suelta a bote pronto, enigmático. Y acto seguido, matiza: "Es que yo no tengo un resorte de adrenalina que me explote de vez en cuando y necesite irme corriendo a una guerra. No, no me pasa eso. Creo que hay algún compañero que sí tiene esa necesidad y que son los que se denominan, precisamente, como reporteros de guerra. A ellos les gusta llamarse así y dicen que son adictos a la adrenalina. Yo siempre discuto con ellos porque les digo: 'Si eres reportero de guerra es porque te gusta la guerra, no me vengas con el rollo de que vas allí para denunciar las masacres…' No, no –niega con la cabeza-. Porque entonces te meterías de relator de la ONU para hacer algo de verdad", opina y repite la pregunta sin dejar espacio para una posible nueva intervención por mi parte para escarbar algo más en la respuesta: "¿Qué si me iría mañana si estallara un conflicto? Pues no lo sé. Depende del trabajo que esté haciendo, aunque lo cierto es que ya no estoy en ese momento profesional de salir corriendo de un lugar para otro".

"Una guerra te enseña cuáles son tus límites y tus debilidades tanto profesionales como personales; te ayuda mucho a conocerte"
RECAPITULEMOS: el miedo como compañero de trabajo que te mantiene alerta con todos los sentidos activados y anclado al suelo, además de "coherencia con los postulados de uno mismo" y "honradez". "Esas son las claves", escribo. Pero, ¿qué hay de las secuelas psicológicas que puede dejar en un periodista acudir a un conflicto? ¿Se requiere una preparación especial? De acuerdo con quien lleva dedicando toda una trayectoria profesional a cubrir crisis armadas y a realizar periodismo de investigación, todo va según la experiencia. "Yo creo que la primera vez que acudes a una guerra es cuando decides si puedes seguir en este negocio, si puedes acudir a otra guerra, o si estás realmente preparado o no. Es decir, una guerra te enseña tus límites y tus debilidades tanto profesionales como personales; te ayuda mucho a conocerte a ti mismo. Entonces, ¿tienes que tener algún tipo de preparación especial? No exactamente, aunque sí concedo que, probablemente, alguien que va a cubrir un conflicto y que va a más de uno tiene una resistencia psicológica mayor de la que puedan tener otras personas". Explicación, a su vez, coherente con la idea de que, en efecto, Ninguna guerra se parece a otra, obra que publicó a raíz de su experiencia periodística en Irak y que dedica a José Couso, el camarógrafo que lo acompañaba asesinado en Bagdad tras un ataque deliberado de las tropas estadounidenses. Un trágico suceso del que Sistiaga lamenta que "o hay una nueva filtración de Wikileaks que nos permita saber por informes de inteligencia qué es lo que se pretendía y por qué se hizo –y si se les fue la mano-, o nunca sabremos por qué asesinaron a Couso"-.
"¿Se requiere de una preparación especial para informar en una guerra? No exactamente, aunque sí concedo que alguien que va a cubrir un conflicto debe tener una resistencia psicológica mayor que la que puedan tener otras personas" 
 "Ahora bien –continúa con la sugerencia de cómo debe afrontar un periodista la cobertura en territorio hostil-, eso tampoco quiere decir que asumas una frialdad y un distanciamiento absoluto, no. Yo hablaría más bien… de una preocupación emocional y afectiva que te lleva a preocuparte lo suficiente para que te afecte y cuentes el drama que estás viendo, pero no tanto como para que esa historia te desactive y no puedas seguir haciéndolo porque dices: Uf, estoy destrozado. Porque, a fin de cuentas –remacha la argumentación-, esto es como un cirujano que opera en turno de guardia y le está tocando accidentes con niños que vienen borrachos: si se implicara demasiado no podría seguir haciéndolo, porque se pasaría todo el día llorando. Y en este tipo de reporterismo pasa un poco lo mismo: si te implicas demasiado no puedes seguir haciéndolo. O peor todavía: tienes que asumir las consecuencias de tu implicación. Porque si, por ejemplo, te vas al conflicto árabe-israelí y crees que los palestinos tienen la razón y son los que están puteados y además haces campaña, tendrás que asumir tus postulados y cuando los palestinos metan coches bomba donde hay niños en una pizzería… pues son cadáveres que se tendrán que apuntar en tu debe".
"En una guerra los primeros en caer son siempre aquellos que piensan que no le tienen miedo a nada"

En breve, la cuarta y última parte de la entrevista con Jon Sistiaga: "Se acabó la época de las exclusivas; siempre va a haber alguien con un Twitter que dé la noticia antes que tú"

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