viernes, 2 de diciembre de 2011

Perfiles: El torcedor de habanos (parte 1)




Después de extraer una larga y arrugada hoja negra de tabaco de una bolsita de plástico y extenderla con sumo cuidado de no romperla sobre una mesa añejada por el paso de los años donde se amontonan más de cincuenta tripas de cigarros aún sin rolar, don Cándido le echa un vistazo de reojo al reloj sencillo, sin marca, y de esfera blanca con correa de plástico negra que lleva sujeto a la muñeca, y apura de un ligero sorbo el café lechero que compró un par de calles abajo en dirección al muelle de Playa del Carmen, mientras unas notas agudas de trompeta con sabor a ritmos cubanos emanan con alegría de un viejo estéreo.
Ya son casi las once y lleva un par de horas trabajando, cae en la cuenta. El airecillo que corría temprano en la mañana, aprecia al llevarse la mano a su espalda mojada de sudor, hace rato que amainó dando paso a un sofocante calor húmedo típico del Caribe. Decide entonces levantarse de la silla de madera. Se ajusta con el índice de la mano derecha los lentes que lleva caídos hasta la mitad de la nariz y de uno de los seis botes de plástico grandes que tiene frente a sí a modo de mostrador escoge al azar un puro grande, robusto, del que quita un pequeño trozo de la punta con la afilada guillotina del cortador y  se lo lleva a la boca con cuidado de no mordisquearlo con los dientes. A continuación, busca fuego. Se da varias palmaditas en los bolsillos pero los trae vacíos, comprueba. Se ajusta de nuevo ligeramente las gafas y mira por toda la mesa de trabajo levantando aquí y allá tratando, tal vez, de hacer memoria hasta que, instintivamente, se lleva la mano al pecho, palpa, y extrae de la fina guayabera blanca que viste una cajetilla de Guadalupanos de treinta y ocho piezas. Aliviado, sonríe. Rasca dos fósforos contra la lija áspera de la cajetilla –"el gas de un encendedor puede contaminar el tabaco", explica- y arrima haciendo cueva con la mano izquierda la fulgurante flama que emana de entre sus gruesos pero hábiles dedos hasta el extremo del habano prensado y estirado de manera impecable. De inmediato, el cigarro que tiene el tamaño de un palmo generoso, prende, y al primer tiro seco, una enorme densa bocanada azul se expande por el aire formando caprichosas formas hasta ocultar, casi por completo, aquel amplio rostro de gesto amable de la cegadora luz de la mañana.

"Hoy día –empieza a relatar el artesano con un cierto tono de queja- hay muy pocos torcedores de habanos. Los jóvenes ya no quieren aprender esta profesión, porque está muy mal pagado. O luego le entran pero enseguida se desaniman o se aburren porque es una profesión difícil, que requiere de tener mucha paciencia y que al principio te cuesta mucho aprender. Entonces, prefieren buscar otros trabajos allá en el norte o por donde puedan. Es una lástima, pero…".
Tras los puntos suspensivos, don Cándido agita bruscamente en el aire el par de fósforos con el que encendió el cigarro y los deposita en un cenicero de color verde oscuro junto a otra docena de cerillos chamuscados y el resto de lo que queda de un puro ya inerte a medio consumir y rodeado de ceniza. Frente a él, en la entrada donde un cartel reza el nombre del establecimiento, un par de mulatos moldeados a base de escayola sujetan entre sus robustos brazos un puro de, calculo por encima, más de un metro y medio de longitud –el resto, me explica el gerente, está repartido entre las otras tiendas que la cadena tiene en la ciudad-, con el cual, tal y como demuestra una fotografía que hay en el interior del local donde puede apreciarse un cigarro gigante que ocupa prácticamente toda una calle de la Quinta Avenida, intentaron batir el récord Guinnes del habano más grande del mundo. "Recuerdo que empecé a trabajar en la cigarrera 'Matacapa Tabaco' un día lunes –vuelve don Cándido a tomar asiento y el hilo de la conversación-; éramos doce chamacos (yo apenas tenía quince años), de los cuales nos quedamos ocho. La primera semana me la pasé viendo cómo trabajaban los demás, hasta que un torcedor, o tabaquero, como nos llamamos allá en Veracruz, que tenía mucho tiempo de trabajar allí me dijo que me iba a enseñar. Y pues sí, traté de poner mucha atención para aprender… aunque aquello, la pura verdad, no era nada fácil", relata el  natural de San Andrés Tuxtla, Veracruz, quien de los cincuenta y cinco años de edad con los que cuenta, ha pasado treinta ocho dedicados a torcer habanos.  "Después de varias semanas –continúa- las cosas no me terminaban de salir como esta persona me enseñaba. De hecho, cuando algún puro me salía chueco me regañaba feo y hasta de vez en cuando me mentaba la madre –sonríe ahora mirando con nostalgia el cigarro que sostiene entre la yema de los dedos-. Pero yo seguía probando una y otra vez hasta que, poco a poco, le fui agarrando bien el tiro a la jugada. Luego, después del primer mes, el gerente de la fábrica nos dijo que íbamos a empezar a hacer 50 puros al día y nos advirtió que si a los tres meses no aprendíamos bien… nos íbamos pá fuera.  Pero afortunadamente yo aprendí y me quedé. Y así ha sido durante toda mi vida porque yo no he tenido más trabajo que este que ahora hago –agarra otra hoja de la bolsita de plástico, me la muestra, y la extiende sobre la mesa-. ¿Y sabe por qué? –hace una breve pausa-. Porque me gusta. Me encanta mi trabajo".(continuará) 





Fotografía y texto: @ManuVPC

2 comentarios:

El Eskimal dijo...

No sé por qué continuará, Manu, pero ha de ser porque viene una mejor parte. Aún así, yo lo dejaría hasta ahí, esa linda y sencilla frase me "encanta mi trabajo" Nos deja cierta alegría. Me inquietan estas crónicas, las has escrito bien para leerlas con facilidad y rapidez, sin perder, claro, la calidad, lo bueno de la descripción. Repito, hay que hacer algo Manu, una serie de crónicas en el DF, no sé, pensemos que estoy que me escribo.

Manu Ureste dijo...

Estimado Eskimal! pues... ahora que lo dices, la verdad es que, tal vez, ése podría ser el final de la entrevista-crónica. Supongo que a veces me cuesta concretar y me alargo algo más de la cuenta. En breve, publicaré el resto del escrito. Lo de las crónicas del DF estaría increíble, ya tengo varias. Entre ellas el perfil de 'El Famoso Gómez', un antiguo campeón de box del barrio bravo de Tepito (para el año que entra la publicaré en Vivir para Contarlo). Te mando un gran abrazo, nos seguimos escribiendo. Por cierto, alguna recomendación literaria para el 2012?