lunes, 11 de enero de 2010

La senda del frío (en busca del Pico de Orizaba)

Manuel Ureste / VPC
Es la cara agradable del invierno. A más de cuatro mil metros de altura, lejos de la grisácea ciudad y su densa neblina, las faldas del Pico de Orizaba lucen completamente cubiertas por un fino manto de nieve. Sin duda, un paisaje único para los sentidos que hará que merezca la pena las horas de tempestuoso camino que dura esta hermosa senda del frío.
TEXTO Y FOTOGRAFÍA POR MANUEL URESTE.

************
A las 7 de la mañana la lluvia caía fina sobre la ciudad de Córdoba, como si alguien la estuviera espolvoreando desde las alturas.
El termómetro marcaba 9 grados centígrados, aunque mis pies no estaban muy de acuerdo con aquel aparato del Bulevar Fundadores. Los tenía helados.
A pesar de la neblina, en poco más de media hora llegamos a Coscomatepec. En Los Portales, las señoras golpeaban una y otra vez la masa de las tortillas de maiz para preparar las quesadillas, mientras dos personas esperaban con el diario entre las manos y un café de olla humeante.
A los cinco minutos, entrando por un costado del Palacio, llegó nuestra guía. Llevaba orejeras de color rosa, bufanda a juego que le daba varias vueltas al cuello, gruesos guantes, y un inmenso abrigo que la cubría prácticamente hasta las rodillas: iba ‘enchamarrada’ hasta las cejas.
Me miré disimulando las zapatillas de deporte rojas preguntándome si el doble calcetín sería suficiente allá junto a las nubes.
Pues ya qué, me dije.
“Agarremos un taxi hasta Calcahualco, allá nos espera el director de Protección Civil”, dijo la guía. “Claro, tomemos éste”, respondí apuntando con el dedo a un ruletero que por allí pasaba. La chica entonces miró a sus dos compañeros y contuvo la carcajada. “No, cómo crees. Ése no, hombre. Este es nuestro taxi”, contestó señalando con una sonrisa la batea de una vieja camioneta.
Ni modo. Como pude me acomodé en la estrecha tabla que había por asiento en aquel taxi rural mixto. Frente a mí, un señor con cara de pocos amigos me respondió a los buenos días con un movimiento de cabeza, y a mi derecha una señora de unos 50 años debatía con otro señor sobre el carácter hereditario de la diabetes.
La camioneta, por fin, arrancó. Empezaba nuestro ascenso hasta completar los cuatro mil doscientos metros de altura donde se encuentra el Albergue de Jacal. Allá en las mismas faldas del Pico de Orizaba, la montaña más alta de México.

****
El tipo de enfrente hacía rato que había bajado y la señora de los cincuentas años, sentada en la tabla como si nada y observando cómo yo me aferraba a los hierros de la camioneta para no salir despedido, ni se inmutaba a pesar de las curvas y de los frenazos. “Increíble”, pensé mientras miraba mi doble calcetín y lo comparaba con aquellos pies casi desnudos.
En unos veinte minutos llegamos a Calcahualco, un pueblo de poco más de mil habitantes y situado a una altitud de mil 740 metros. Allá el frío era más intenso. Mi nariz roja me lo decía.
En la puerta de la oficina de Protección Civil nos esperaba don Abel, el director de la corporación. Un señor de trato agradable, equipado con su sombrero típico cafetalero, una chamarra color azul y unas botas. Nada más.
“Yo ya estoy acostumbrado”, decía sonriente, encogiéndose de hombros y haciendo un gesto hacia lo alto del volcán.
Minutos después llegó una camioneta Dogde. De nuevo, me esperaba la batea.

****
Después de cargar un bidón de combustible y abundantes chocolates, partimos.
A nuestro paso por Excola y Vaquería, minúsculos pueblecitos, los niños salían a nuestro encuentro corriendo y pidiéndonos golosinas.
Tras 45 minutos circulando por un, relativo, buen asfalto, comenzó el camino de terracería. Aquello era como estar en un barco navegando en mar revuelta: todo se movía. Y el fuerte olor a gasolina del bidón, no facilitaba las cosas.
Tras pasar la llamada ‘Puerta de la Cuchilla’, después de una hora y media de ‘escalada’ a bordo de aquella Dogde resistente como el acero, los últimos vestigios de humanidad desaparecieron con las humildísimas casitas de madera que salían a nuestro encuentro a ambos lados del camino.
Pronto, llegariamos al Río Jamapa, el proveedor de agua para la mayor parte de la población de Calcahualco. Allí hariamos nuestra primera parada para fotografiar un espectáculo increíble: una pequeña tormenta de nieve nos daba la bienvenida al volcán.
Una vez recuperado el aliento, regresamos a la camioneta.
A medida que aumentábamos en altitud, el camino era más y más tempestuoso. Fuertes ventiscas de nieve nos azotaban poniendo a prueba la resistencia de la Dogde. “Tranquilos. Ya nos queda poco”, aseguraba don Abel al vernos con cara de preocupación por el hielo que hacía patinar a la camioneta. Sin embargo, David, nuestro conductor, manejaba sonriente como si nada: sabía cómo mantener la tempestad a raya.
****
Poco más de tres horas después de partir de Calcahualco, llegamos a nuestro destino: el ‘Albergue de Jacal’, una casita de piedra maciza y madera que sirve de refugio a los alpinistas que buscan encumbrar los cinco mil 610 metros del Pico de Orizaba.
Tras dejar las cosas y reponer energías con más chocolate, salimos al exterior.
Afuera, un inmenso desierto de nieve rodeado únicamente por la belleza del silencio y una atmósfera virgen se abría ante nuestros sentidos mientras un claro azul contrastaba con la densa neblina. De inmediato, todos miramos al cielo. El sol brillaba con fuerza... y había empezado a nevar.


Agradecimientos a ÁLEX ROMERO, amigo y profesor de fotografía y photoshop en la Academia Pix

****************
Reportaje publicado el domingo 10 de enero de 2009:


*************
******************

viernes, 8 de enero de 2010

'Hasta la vista, buena persona'

Hoy me llegó un correo desde España que me entristeció mucho: Eduardo Parra -o 'el Parra' como así lo llamábamos- ha fallecido dejando un hueco tremendo en nuestras vidas con su irreparable pérdida.
Para siempre quedará en nuestra memoria la imagen de aquel SEÑORAZO con mayúsculas, entrañable persona donde las hubiera, y, probablemente, el merengue más madridista que jamás haya conocido.
Hasta siempre don Parra. O como usted mismo díría con esa eterna sonrisa y el optimismo que le caracterizaba: 'Hasta la vista... buena persona'.

Aprovecho la ocasión para, desde este humilde espacio, mandar un sincero pésame a mi tía Victoria y a toda su familia, y a mi tío Benito y mi prima María Victoria, que estarán pasando un muy mal trago. Vaya todo el ánimo del mundo desde México.

Pd: su Madrid lo echará mucho de menos...

Manuel Ureste-VPC