lunes, 3 de mayo de 2010

Los Tigres del Norte: ¡Puro Sinaloa!

Manuel Ureste / VPC
Los alrededores del Beisborama parecían una calle más de Sinaloa.
Con miles de personas paseando por los alrededores del estadio vestidos con su sombrero de rigor, las botas de piel de iguana, camisa negra con los dos gallos de pelea estampados en oro, cinturones con el alacrán en la hebilla y bebiendo cerveza bien fría de Baja California... “¡Puro Sinaloa compadre!”, gritaba la megafonía. Y es que nunca antes, el Sur había tenido un acento tan norteño.

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A eso de las 10 de la noche, las filas para acceder al estadio se perdían en el horizonte. Alrededor de ellas los comerciantes, tanto dentro como fuera del inmueble deportivo, hacían su agosto vendiendo todo tipo de productos. Desde los infaltables ‘jochos’ y los vasos tequileros de la famosa banda de corridos, hasta espacios para aparcar lo más cerca posible del escenario del concierto. “Patrón, deme 30 pesos y le dejo el sitio”, aseguraban unos jóvenes que se encargaban de ‘reservar’ los aparcamientos sentados sobre unas cajas de plástico amarillas.
En las diferentes entradas del estadio, la estampa del Ejército mexicano custodiando la seguridad de los expectadores con las caras cubiertas a bordo de los blindados de la Sedena contrastaba, como ya es habitual en la vida cotidiana de México, con el ambiente folcklórico festivo que se respiraba en la cálida noche cordobesa.
En el interior del Beisborama las bandas invitadas buscaban su oportunidad aprovechando el gancho, o mejor dicho la ‘garra’, de Los Tigres. Mientras tanto, la gente iba de una lado para otro buscando algo de cenar y unos ‘sixs’ helados para afinar la garganta.
Quedaban diez minutos para la medianoche. Y en en el ambiente se respiraba impaciencia.
De pronto, las luces del escenario central iluminaron todo el estadio. El silencio se contuvo durante unos segundos más hasta que la cuenta regresiva –¡Tres!, ¡Dos!, ¡Uno!...– llegó a su final.
¡Puro Sinaloa!, volvió a gritar la megafonía. Y entonces, estalló el júbilo con miles de personas rugiendo, sombrero al aire, porque allí estaban Jorge y sus ‘hermanos’. ‘Los Jefes de Jefes’. ‘Los ídolos del Pueblo’. ‘Los Tigres del Norte’. Que emergían desde las profundidades del escenario con sus acordeones y trajes luminosos, cantando puño en alto aquello de “soy el mojado acaudalado, pero en mi terra me quiero morir...”.
Durante casi cuatro horas, el concierto fue una fiesta en honor a los migrantes ilegales –no escatimaron críticas a la Ley Arizona–, a los corridos y a las baladas de (des)amor.
No faltaron tampoco los clásicos como ‘El Jefe de Jefes’, ‘Pacas de a kilo’, ‘La Reina del Sur’, o ‘La Puerta Negra’. Pero el momento cumbre en el que estallaron los chiflidos fue cuando Jorge le dedicó la noche a una mujer muy especial: Camelia ‘la texana’. Sin duda, “una hembra de corazón”.
Y entonces, con las primeras notas del acordeón, las parejas se agarraron de la cintura y los hombros para bailar pegaditos al calor de la noche, mientras en las paredes del Beisborama retumbaba la famosa leyenda que dice aquello de que, en efecto, “la traición y el contrabando son cosas incompartidas”.

Fotografía: Rafael Calvario, diario El Mundo de Córdoba

Os dejo dos de los corridos 'míticos' de los Tigres. Essso Chingao! :-)



1 comentario:

La Maquinista Yey★ dijo...

Te quedo bonita la crónica mirá si hasta pareces mexicano u.u!!! que bueno que te divertiste, mientras yo trabaje y trabaje! juaz! besitos!!!