sábado, 6 de diciembre de 2008

Diarios de un Vocho: La Patrona, la esperanza


'Ayuda de paso'

La Patrona, la esperanza. Así llaman los migrantes a este rincón de Córdoba (Veracruz, Méx.) donde siempre hay un ‘taquito’ para ofrecer.


Manuel Ureste / Diarios de un Vocho
A eso de las seis de la tarde (más o menos), el suelo empieza a temblar muy lentamente; casi de forma imperceptible para oídos más acostumbrados a otro tipo de selvas mundanas. Entonces, la señora Norma, mujer de pelo recogido atrás con un moño y semblante sonriente y generoso a partes iguales, corre nerviosa -ay nanita, ay nanita- para todas partes.
A su lado, como es costumbre desde hace más de diez años, le acompaña su madre y su sobrina.
-¿Mija llevas las botellas de agua?
- No, las dejé en la mesa.
- Vamos mamita apúrate que ya está aquí el tren. ¿Y las bolsas con el arrocito y los frijoles?

Todo está listo en La Patrona
Pronto se unen al grupo otras mujeres que vienen del mercado con lo que sobró del día y los bolsillos rotos. “Queremos ayudar”, dicen, “porque quién sabe cómo estarán nuestros paisanos allá en el norte”.
Sobre el terreno nadie manda, nadie ordena. Y ni falta que hace: sin mediar palabra se colocan una tras de otra, hasta quedar perfectamente alineadas a un lado de aquella interminable vía oxidada entre Tierra Blanca y Veracruz, y que va hacia el norte en busca de una certidumbre que allá por Honduras, El Salvador, Belice, o en el propio México, escasea.



La metodología que emplean es sencilla: la primera avisa a la que tiene a su lado, como a unos cincuenta metros, y ésta a la de más allá. Así hasta completar la cadena. Nada complejo.
El suelo, ahora sí, tiembla con más fuerza. La mamá de Norma, aún con fuerzas para cargar a sus espaldas las bolsas con el aprovisionamiento, hace las veces de anfitriona; se coloca la primera en la fila y alza los brazos dándole la espalda a aquel montón de hierros y acero.
El resto la imita y ponen las bolsas en alto. Al fondo, los migrantes, hambrientos y sedientos después de emplear más de 12 horas sólo para atravesar el estado de Veracruz, les gritan e incluso hacen porras. "Agua madrecita, agua", suplican.


Los bellos se le erizan a la doña. Traga saliva y respira hondo. El tren cargado con mercancias de Cémex y decorado con graffitis, ya está encima.
Al otro extremo de la fila, la señora Norma continúa con el brazo derecho en alto. El ‘menú’ de hoy es arroz, aguacate, pan con frijol, y una botellita de agua.
“Hoy viene bien cargado”, habla en voz alta. Y muy deprisa. “¡Bájele papito, bájele!”, le chilla al maquinista que hace como si tal, silbando con su gorrita llena de grasa, anclado en su asiento, y sintiéndose el mero mero por capitanear una máquina de miles de toneladas.
- Oiga doña, ¿pero, apoco no sabe ese wey qué ahí van espaldas mojadas?-, le preguntan.
- ¡Claro que saben! Hay algunos que a veces sí le bajan tantito e incluso paran para que puedan bajar a por comida y luego subir sin peligro de cortarse una pierna... pero muchos otros, no, responde mirando así de reojo y sin perder de vista a la máquina que llega.

Ya están aquí
Los migrantes ya están aquí. Apretujados unos con otros, se agarran con una mano a las barras de acero del vagón, y con la otra intentan, estirando el brazo todo lo que se pueda, agarrar alguna botellas de agua.
-"Aquí, aquí"-, gritan sin mirar al suelo. No en vano, allí muchos paisanos se dejan la vida a diario de forma anónima, decapitados o con algún miembro amputado por las afiladas ruedas del tren.

La estela del vagón parece interminable, no así las provisiones. Quizá por ello, un migrante toma la decisión de bajar del tren en marcha.
En realidad, nunca nadie le vio saltar. Pero el caso es que ahí está, corriendo veloz a cámara lenta y con la boca abierta.
Durante el acelerón, el chavo, de unos 18 años como mucho, tropieza una y otra vez con las piedras. Sin embargo, nunca llega a caer, metáfora quizá de la vida que le ha tocado (sobre)vivir y que probablemente siga (sobre)viviendo en lo que alcanza la frontera allá en Nuevo Laredo, Tamaulipas.

El tren sigue pasando. La mamá de Norma los observa impotente, mostrándoles las manos vacías. Mientras, éstos siguen gritando consignas de ‘Viva México’.
El suelo arcilloso ahora apenas tiembla. A lo lejos se diluye el mismo ‘mercancias’ de las seis de la tarde (más o menos), pero con esperanzas renovadas. En tierra, Norma y su madre sonríen con la respiración aún acelerada por los nervios. Se enseñan las manos vacías y lamentan, chin qué le vamos a hacer, que no alcanzara para todos.
- No inventes, hoy venía bien, bien, cargadito-, comentan la una con la otra.
Ahora sí, es hora de volver a casa: los quehaceres no se llevan bien con la solidaridad. Mañana será otro día en La Patrona.

EnlacePara ver el vídeo haz click aquí.

3 comentarios:

AleSiux dijo...

Me agrada la nueva imagen de tu blog, la redacción me gustó se me hace muy 'mexicana' la forma de narración, será pq son con 'citas' nacionales jijiji, además me gustó la idea del video me metió más al tema
muy bueno
pd.
ya te crees pq saliste en el domingo diferente ay ay jajaja
broma
besos

Alfonso Piñeiro dijo...

Absolutamente arrebatador, Manu. Un diez, maestro, qué "peazo" crónica. Texto vibrante para una historia cargada de vida, muy bien, muy buena narración. Un abrzo desde "Harvar"

la MaLquEridA dijo...

No me había dado cuenta de la fecha del post, y sin embargo el tema sigue vigente, hace unos días pasaron un reportaje en la televisión sobre las señoras que les dan de comer a los migrantes y me puso la carne de gallina, quizás muchas debíamos de hacer algo semejante y no estar pensando puras bobadas.

Lástima que no sigas escribiendo, lo haces muy bien, en fin.

Saludos.